martes, 18 de septiembre de 2007

Clanc!

Clanc!
Otra patada a la lata de cerveza. Llevaba así, deambulando, desde … no sabía cuanto. No llevaba puesto reloj. Bueno el reloj. El único que tenía. Todos le decían que ya era un poco infantil para un chico de once años.
Era un reloj de esfera celeste y correa de loneta con un perrito astronauta, una nave espacial y planetas dibujados. Un Flik Flak que me había traído de regalo papá, una vez que estuvo en Canarias de viaje. Desde entonces no había dejado de usarlo. “Cada vez que mires la hora te acordaras de mi y de lo mucho que te quiero” . Y así había sido. La correa estaba ya oscurecida del uso y el perrito apenas se veía. Cuanto me confortaría tenerlo ahora, en mi muñeca y mirarlo, aunque mucho más me confortaría que papá estuviese aquí. Usé el puño del jersey para restregarme los ojos que habían empezado a nublarse otra vez.
Unos meses después de aquel viaje a Canarias, papá no regresó de otro viaje. Aunque solo tenía siete años, recordaba muy bien aquella noche.
Era un día entre semana, había hecho como siempre cuando papá estaba de viaje y regresaba por la noche. Mamá me duchaba, cenaba yo solo y cuando terminaba mamá me dejaba esperarle a que llegara, leyendo en la cama.
Cuando llegaba, entraba en mi cuarto y me daba las buenas noches “Buenas noches, mi vida, que descanses. Te quiero mucho” y yo dándole un beso le contestaba “Y yo te quiero mas” . A veces este rito no se podía realizar, por que él llegaba mas tarde o yo me quedaba dormido. Otras veces no tenia demasiado sueño y desde la cama los oía cenar y reír a los dos. Aquel día no.
Me quede dormido. Me desperté por el jaleo que había en casa, mi madre y mi abuela, que debió de llegar sin que yo me enterara, lloraban. Mi abuelo hablaba por teléfono. Papá nunca llegó. Tuvo un accidente con el coche cuando le quedaba media hora para llegar a casa.
Desde entonces, mamá nunca se recuperó.
Clanc!. Aquella lata, compañera de juegos de esta tarde, recibió otra patada de la puntera de mis zapatos. Me hubiese gustado tener las zapatillas de deporte, pero era lo que tenía puesto cuando salí de casa corriendo.
Me senté en un escalón de un portal. Aquella calle no me era familiar y por supuesto debía de estar muy lejos de la zona por la que habitualmente pasaba camino del colegio o cuando acompañaba a mamá a hacer algún recado.
Me abracé a mis piernas y apoyé la barbilla en las rodillas desnudas. Aunque ya era otoño, agradecía estar con pantalones cortos. Me gustaba sentir el aire fresco en mis pantorrillas y muslos. O las gotas de la lluvia. Aquellos pantalones del colegio me pinchaban las piernas, y además, prefería llegar a casa con las rodillas desolladas y que mamá me las curase, a ver su cara de resignación mientras me zurcía los pantalones o le colocaba las enésimas rodilleras.
Me apoyé en las rodillas para levantarme, y una punzada de dolor atenazó mi muñeca derecha. Se me debía de haber abierto un poco. La verdad es que no esperaba encontrar aquella resistencia.
Nunca debió de ponerle una mano encima a mamá. Aquel novio de mamá nunca me gustó mucho, pero normalmente, cuando estaban juntos, la veía reírse alguna vez. Esto era suficiente para mí.
Esta tarde, cuando llegué del cole, lo hice casi una hora antes. Había faltado el profe de inglés y a los niños que vivíamos cerca y que nos íbamos solos a casa nos dejaron irnos. Este año, el abuelo me había regalado un llavero con una cadenita que siempre llevaba enganchada en la hebilla de los pantalones. Me lo dio y me dijo que como a veces (la verdad que cada vez mas) mamá no estaba en casa cuando llegaba del cole, mejor que entrase que quedarme esperándola en el portal.
Esos días, me preparaba la merienda, hacía los deberes y me ponía a leer o a ver la tele hasta que llegaba ella. Algunos días llegaba tarde y con los ojos enrojecidos.
Al abrir la puerta los oí discutiendo en la cocina. Cerré con cuidado y preferí meterme en mi cuarto hasta que se fuese. Cuando le gritaba a mamá, se me hacia un nudo en el estomago, se me aceleraba el pulso y solo podía ver lo que tenia justo delante mía. Todo adquiría un tono rojizo y la cara parecía que estaba ardiéndome.
Clanc! Con esta patada, acababa de dejar la lata en la parte más alta de un puente peatonal que cruzaba por encima de aquella riada de coches que, ocupando los cuatro carriles en cada sentido, rugían con las luces ya encendidas.
Aquella tarde, reñían más alto de lo normal. Oí un golpe y a continuación llorar a mi madre. Salí del cuarto y cuando llegué a la cocina vi como le pegaba con el revés de la mano por segunda vez. Mi madre de rodillas en el suelo, lloraba. Él levantó la mano para golpearla de nuevo, pero su mano no llegó a tocarla. Yo había cogido del cajón de los cubiertos el cuchillo mas largo y se lo había clavado por la espalda. Noté como chocaba con algo y mi muñeca se quejó. Imagino que fue una costilla. Pero el acero acabó resbalando y la hoja desapareció en la espalda de aquel tipo.
Se dio la vuelta y con los ojos muy abiertos me miró. Y cayó al suelo como un muñeco de trapo, dando un fuerte golpe en el suelo con su cabeza. El piso retumbó, y el silenció se hizo durante unos instantes. Mamá mirándome con unos ojos llenos de tristeza, como nunca había visto, se tapó la cara con las manos y volvió a llorar mientras se mecía, de rodillas en el suelo al lado de un charco rojo, casi negro que crecía junto a quien yo acababa de matar. Salí corriendo del piso y no paré hasta que mis pulmones parecían que iban a reventar.
Empujé la lata al filo de la barandilla del puente. Con un suave toque de mi zapato se bamboleó un momento y finalmente se precipitó. No llego a tocar el suelo. Un coche negro la embistió y la envió a un carril distinto. Una furgoneta la aplastó y al pasar los coches que venían detrás, desapareció.
Me subí a la barandilla de aquella solitaria pasarela. Sentado con los pies colgando por fuera, miré el horizonte de mi ciudad recortado en los últimos tonos rojizos del día. Tomé impulso y mientras sentía el aire acariciando la cara y piernas en mi caída, me dio tiempo a pensar, lo bueno que sería que papá me estuviese esperando.


Clanc!