jueves, 28 de diciembre de 2006

Agotador

Agotador, sencillamente agotador. Empujó la silla hacia atrás, estiró los brazos y las piernas.
Ufff como le gustaría echar una cabezadita. Pero no podía. Tenía una condena que cumplir.
Se agarró al borde de la mesa y se acercó deslizándose sobre la silla de ruedas.
Se restregó los ojos y miró al monitor. Veintitantas ventanas del navegador abiertas, solapadas ocupando la totalidad de la pantalla.
Tomó el bloc de notas de la mesa y lo repaso.
- Ummmmm vale ahora le toca a carlos666 y va a emprenderla con Ceix, no, no, eso ya lo hizo ayer. Ahora va a intentar ligar con zoa - Se inclinó sobre el teclado y comenzó a escribir.
- Perfecto - tachó una línea del bloc y escribió otra - Entonces es cuando Adela de Otero aparece y le manda a freír espárragos - Deja el bloc, escribe y cambia de ventana.
- El estado de la Nación lo tengo un poco abandonado, veamos Pero hace que no escribe nada desde ayer. - Apunta en la libreta y teclea.
¿Cuanto tiempo llevaba así? ¿Cuando le librarían de aquel suplicio? Cada siglo algo diferente. Pero que le cambiaran a tener que 'currarse' un foro él solito y encadenado a aquel PC era lo peor que le había sucedido.
¿Donde cojones se metía Heracles? Si tardaba mucho en llegar imploraría a Zeus clemencia para que lo devolviera al Caucaso y a que el águila viniese a comerle el hígado (otra cosa me entraban ganas de que me comiera) de cena.
- A ver las Musas, hoy le toca a Brother.¿Que escribirá una ñoñada o cualquier gilipollez? Cogió el cuaderno, paso hacia atrás algunas páginas, recorrió con el dedo una de ellas se paró en una de las líneas escritas y dio dos golpecitos con su índice en ella. Bebió un sorbo de café de una vieja taza en la que todavía casi se podía leer "Prometeo".
- Gilipollez toca - y comenzó a escribir:
"Agotador, sencillamente agotador. Empujó la silla hacia atrás ......."

martes, 26 de diciembre de 2006

Forever

1.- Inés
Había dejado de llover en aquel cementerio victoriano y mi mirada se perdía por el camposanto londinense. Expresión vacía y el cuello del chaquetón subido. El agua todavía goteaba por mi rostro. Cualquiera que se hubiese fijado en mí, aseguraría que mis ojos podían penetrar aquellos panteones de piedra de Highgate.
Todo había transcurrido muy rápido y, mientras el sepelio discurría, comencé a poner en orden los acontecimientos que me habían llevado hasta aquella gris mañana.
¡Dos días parecían una eternidad! Juraría que habían transcurrido un millón de años desde que hablé con Inés.
Inés era ese tipo de mujer que parecía empeñada en ser el nexo de unión de aquel grupo de adolescentes que años atrás habían compartido mucho más que algunas horas escuchando música, hablando, riendo, viviendo….
Era la única que se mantenía en contacto, más o menos constante con todos, y que dada su vitalidad y ganas de hablar los mantenía informados de la vida de los demás. El que tuviese una floristería ayudaba a que esto fuera así. Siempre había algún aniversario, cumpleaños o celebración propicia para comprar un ramo o cualquiera de aquellas maravillosas composiciones florales que salían de sus manos.
Aquella mañana me había acercado a encargar un ramo de flores para una compañera de trabajo que había tenido un niño. Cada vez que ocurría un acontecimiento de aquella índole, me ofrecía a ir a encargarlo. Los compañeros se extrañaban que me empeñase en ir a elegirlo en lugar de hacerlo por teléfono. Aducía que prefería escogerlo personalmente, vete a saber lo que enviaban si lo dejábamos en manos de la floristería. La verdad era otra.
Con Inés me ponía al día de cómo le iba al resto de la peña. Aunque a algunos los veía más o menos a menudo, con un buen puñado sólo tenía contacto a través de ella.
Como siempre que llegaba a su tienda, lo primero que hacía Inés era estamparme dos besos y un fuerte abrazo. Acto seguido, y con el desparpajo que la caracterizaba, decía:
– ¡¡¡Vamos!!!, cierro la tienda, me invitas a un café y te pongo al día si tú me cuentas tus novedades; y después preparamos el encargo.

Todo esto lo decía sin parar de corretear por la floristería, cogiendo llaves, apagando luces o despachando a los clientes que estuviesen en ese momento.
¡¡¡Venga!!! Ve contando por el camino tus novedades y después con el cafetito por delante te cuento yo.

Como siempre yo no tenía nada que contar, pero fiel al rito le resumía mi vida desde el último encuentro y, si había tenido contacto con otros, también lo incluía para alimentar su enorme base de datos.
– Bueno, ahora me toca a mí…

Y en lo que dura un café, te contaba vida y milagros suyos y del resto. Aquel día cuando ya creía que había terminado, y yo ya jugueteaba con la cuchara y el azúcar en el fondo de mi taza, cambió el gesto y su tono de voz y dijo:
No te vas a creer lo que me enteré ayer mismo…

Me quedé mirándola fijamente. En aquellos años nunca la había escuchado hablarme de esa manera.
– ¿Qué ha pasado? – pregunté, presintiendo una mala noticia.
No sabía si contártelo. Aunque tú en todos estos años no lo has mencionado, sé que aún la quieres y que cada vez que te contaba alguna noticia suya tus ojos cobraban un brillo especial y tu gesto abandonaba el eterno enfado que siempre tienes marcado en la frente.
– ¿Me lo vas a contar de una vez?
Ya sabes que de ella es de quien siempre tengo menos noticias, por aquello de vivir en Londres. Como no sea que nos llamemos o nos enviemos un correíto, aquí no va a venir a comprarme flores.

Apuró el café y, sin dejar de mirar la taza ni levantar la cabeza, continuó.

Hacía ya varios meses, un año diría yo, que no tenía noticias suyas. Le envié algún correo por su cumple e intenté hablar con ella por navidades, pero no lo conseguí. El martes me encontré con su hermano y su mujer, venían del pediatra con la niña y pasaron por la puerta de la ‘flori’ (así la llamaba ella) mientras yo estaba fuera fumándome un cigarrito.

Como un resorte sacó del bolso un paquete de tabaco, cogió un cigarrillo, se lo llevó a los labios y, mirando un cartelito de ‘Prohibido fumar’, volvió a arrojarlo todo al fondo del bolso, mechero incluido.

– ¡Mierda! – gritó –. Está muy enferma, no tiene curación y le quedan pocos días de vida. Su hermano ha intentado irse a Londres pero su situación económica, laboral y familiar se lo impide. Estaba realmente destrozado.

Se volvió hacia el bolso y metió prácticamente la cabeza en él buscando un pañuelo. Estaba llorando.

Yo hacía unos segundos que había dejado de escuchar con atención lo que me decía. Sólo recuerdo que le pedí el teléfono del hermano. La cafetería se había teñido de una tonalidad amarillenta-rojiza y sólo veía mis propias manos aferradas a la taza de mi café.

2.- Rocío
¿Cuántos años habían pasado desde la última vez que había visto a Rocío? ¿Doce? ¿Quince? La última vez lo que era seguro es que yo seguía soltero. Ella había venido a pasar unos días a España porque tenía a su padre enfermo. Pocos años después moriría el hombre. Ya era una neuróloga de éxito. Siempre consiguió las metas que se propuso. No dudó un instante en marcharse a Londres cuando le salió una oportunidad de médico residente en un hospital de poco prestigio.
Todos le dijimos que aquí tenía muchas oportunidades de prosperar. No sólo era brillante en todo lo que se proponía, era buena persona y sin duda la mujer más guapa que he visto. Cuando fui a despedirla al aeropuerto me encontré que Inés, cómo no, y yo éramos los únicos que habíamos ido. Al resto le había sido imposible acercarse. Cuando se marchó por la zona de embarque con aquella sonrisa en la cara le dije: – Que se preparen los ingleses; que vas para allá. – Ella me miró, me lanzó un beso, me guiñó y se dio media vuelta. Me dieron ganas de salir corriendo detrás y seguirla hasta el fin del mundo. Fui cobarde, sensato me dijo Inés. Me quedé mirando la puerta por la que se acababa de ir.

Efectivamente, los ingleses se rindieron a toda ella, a su brillante cerebro, a su simpatía, a su sonrisa… Cambió de hospitales, puestos, casas, jefes hasta ser la directora de un servicio en el Hospital Nacional para Neurología y Neurocirugía. Uno de los más afamados centros mundiales en esta especialidad.

Esa misma tarde logré contactar con su hermano. Me hablaba entre susurros y llantos. No, no podía volar junto a su hermana. Cuando me ofrecí a pagarle el viaje, me mostró su sincero agradecimiento, pero le era imposible. Le pedí su dirección en Londres, – Si la ves, por favor, dile que la quiero mucho – y me colgó. Debía tener problemas serios en su casa.
Decidí darme quince minutos, para pensar qué debía hacer. Me sobraron catorce. La tarde fue frenética. Llamé a una amiga que tenía en una agencia de viajes y le dije que necesitaba vuelo y alojamiento en Londres lo antes posible. – Déjame quince minutos y te digo algo -. Diez minutos después me estaba preguntando por la dirección de correo electrónico a la que me enviaba la documentación. Tenía el vuelo para esta noche, tres noches de hotel y la vuelta abierta.
- ¿No vas a preguntarme por qué tengo tanta urgencia?, le dije.
- En todos estos años, nunca me has pedido un favor. De la forma que me lo has pedido hoy lo único que se me ocurre es desearte que vuelvas pronto. Un beso.

Y también me colgó. Las mujeres tienen ese inexplicable sexto sentido capaz de captar por el tono con el que se dice una simple frase toda la carga emocional que esconde.

Me despedí de la gente de la oficina y dije que me tomaba la semana. Todos me miraron y asintieron con expresión de no sabemos lo que te pasa pero sea lo que sea estamos contigo.
Llegué a casa y nada más verme la cara la pregunta de ella fue obvia.
– ¿Qué te pasa? – Le conté todo, desde mi conversación con Inés.
Vengo a hacer la maleta y salgo para el aeropuerto, el avión sale en un par de horas.

Hice la maleta en unos minutos, me despedí de los niños y abrí la puerta del piso.
¿Volverás?

Vi cómo tenía los ojos inundados de lágrimas. Le di un beso en la frente y sin contestar desaparecí dentro del ascensor. Cuatro horas después estaba aterrizando en Londres. Bueno, en realidad en Gatwick y de ahí en taxi a casa de Rocío.

Estaba parado en su puerta desde hacía un rato, sabía que había alguien en casa. Me había pasado otro rato en la acera de enfrente, donde me dejó el taxi. Desde la calle se veía luz en una ventana y en un par de ocasiones en otra habitación se habían encendido y apagado luces.

Por fin llamé al timbre. Fue una llamada corta pero resonó en todo el amplio recibidor de aquella planta de apartamentos de lujo.
Pasaron unos instantes, no sé si segundos o minutos. Escuché como alguien me observaba por la mirilla. Se abrió la puerta y apareció una chica morena, de rasgos hindúes y vestida con un sari casi blanco con una banda ancha marrón claro. Su cara era toda sorpresa. Me miraba con los ojos muy abiertos y muy negros. Los labios ligeramente entreabiertos mostraban una hilera de pequeños dientes muy blancos. Justo cuando iba a preguntarle si allí vivía Rocío se abalanzó hacia mí, me abrazo colgándose de mi cuello y rompió a llorar y a hablar. Entre mi nefasto inglés y que no estaba seguro que ese fuese el idioma que estaba escuchando, no me estaba enterando de nada. Se descolgó de mi cuello, me tomó de la mano y tiró de mí hacia adentro.
Me condujo por el apartamento, por llamarlo de alguna manera, ya me gustaría que fuese así mi piso, y me hizo pasar a lo que parecía el dormitorio principal. La estancia era amplia, pintada de un color naranja claro. Decoración simple: Cortinas, algún cuadro impresionista, un escritorio en un rincón, lleno de medicinas, la puerta de lo que después supe que era un vestidor, la puerta del baño y una cama. Era una cama grande con cabecero de hierro forjado y con dos mesitas a cada lado, con lámparas estilizadas en ellas. En el centro de la cama estaba ella. Acostada y levemente incorporada con un almohadón. La contemplé mientras la chica se acercaba y le hablaba al oído. Ni sus cuarenta y tantos años, ni su fatal enfermedad habían mermado su belleza. Piel clara, casi transparente, ojos verdes inmensos, pelo castaño, largo y salvaje cayendo por sus hombros.
Abre los ojos, mira a quien le habla, me mira a mí, abre la boca y de su garganta sale un hilo de voz.
- Cuánto has tardado, mi vida. - Su boca dibuja ahora una sonrisa. Me acerco a la cama, me siento y tomo su helada mano.
- Había mucho tráfico - le susurré.
Me inclino sobre ella y beso sus labios. A pesar de la frialdad de su piel, me queman. Me separo, vuelve a sonreír, esta vez como nunca la había visto. Así sonreirán los ángeles. Su rostro se relaja, su mano se afloja, su vida abandona su cuerpo. La chica hindú se abraza a ella. Yo salgo disparado hacia una puerta. Es la del vestidor. Me desplomo sobre el peinador y reparo en una foto grande, en un marco de color verde envejecido. Me reconozco en la foto con muchos años menos. Estoy en la playa, sobre una toalla, con cara de payaso y un cigarro en la boca. Encima de mí está ella sentada, en plena carcajada. Era la época en la que le dio por llamarme su ‘pollito’. Entonces entendí la reacción de la chica al verme en la puerta; sabía quien era yo. Tomo la foto, me acurruco en aquel pequeño sillón y me pongo a llorar.

3. Para siempre
Durante esa noche y la mañana siguiente estuve sentado a un lado de la cama. En una silla y agarrado a su inerte mano y encorvado sobre el lecho. Gayatri, así se llamaba la muchacha hindú, se pasó todo el tiempo llamando por teléfono, cogiendo llamadas, atendiendo a los de la funeraria… Era más que una asistenta o incluso una secretaría personal. Rocío seguramente la habría conquistado como a todo aquel que se le acercaba. Varias veces me ofreció una taza de té y en cada ocasión se acercaba a la cama, acariciaba con el reverso de su mano su cara y se iba con los ojos llenos de lágrimas.
Me dijo que me marchara, que en unos minutos vendrían a recogerla. Le dejé mi número de teléfono y el hotel donde me alojaba. Probamos que funcionase el “roaming” y quedó en llamarme en cuanto supiese algo.
Me desperté sobresaltado en la habitación del hotel por el sonido de mi teléfono móvil. Era Gayatri. El entierro sería al día siguiente por la mañana. Quedamos en un lugar de fácil localización a la entrada del cementerio y nos despedimos. Miré el reloj. Ya eran la 6 de la tarde, noche si hablamos en términos europeos. Me puse una camisa y unos pantalones, cogí una bufanda y agarré el barbour, qué británico, y salí a la calle.
Yo nunca había estado en Londres y se puede decir que sigo sin haber estado. Deambulé durante unas horas, pero sólo recuerdo la lluvia fina cayendo y la punta de mis zapatos levantando una gota de agua a cada paso que daba. De regreso a la habitación del hotel limpié los zapatos y preparé la ropa para el día siguiente. Me quedé en la cama mirando al detector de humos de la habitación, que parpadeaba cada diez segundos. Casi tres mil parpadeos llevaba contabilizados cuando la alarma del móvil sonó. Era la hora.

El sacerdote debía haber acabado. Las personas allí congregadas se despedían. De aquel grupo salió Gayatri. Se acercó a mí. Me tendió un sobre de color verde. Lo cogí. Me abrazó dándome un fuerte beso y se marchó para siempre. Abrí el sobre y reconocí la letra. Era una carta de Rocío.

Querido pollito:
Confío en que también hayas podido llegar a tiempo de despedirnos.
Ha sido demasiado tarde cuando me he decido a escribirte estas líneas. Desde que supe que estaba enferma procuré que nadie se enterara. No respondí a las llamadas ni a los e-mails de Inés. No quería que os enteraseis que me estaba muriendo.
¡Qué paradoja! ¡Una eminente neuróloga, en uno de los centros de investigación más avanzados del mundo, no puede encontrar una curación para su mal!
Durante estos últimos meses he tenido mucho tiempo para pensar. Es más, creo que debido a todo el interés que ponía, primero en los estudios y después en el trabajo, hacía años que no pensaba en mí misma.
He pensado mucho en mí, en ti, en nosotros. Me he dado cuenta de lo mucho que me has tenido que querer. Y lo mucho que yo también te quiero.
Ahora sé que antepuse mi futuro profesional al personal. Lo puse por delante de mis sentimientos, de ti, de nosotros.
Cada vez que nuestra amiga me daba noticias tuyas tenía que hacer un gran esfuerzo para evitar sentir nostalgia. Acabaste tus estudios, con algo de trabajo. Te gustaba vivir la vida, salir, reír, disfrutar. Yo lo llamaba perder el tiempo. Tú te pasabas las horas muertas mirándome cuando yo estudiaba y yo te reprochaba que no hicieses algo de provecho. Tú me respondías que precisamente eso es lo que estabas haciendo.
Encontraste trabajo en nuestra ciudad. Te compraste un piso cerca de nuestro barrio. Te casaste. Tuviste hijos. Sólo pasados estos años me he dado cuenta cuánta envidia me daba tu mujer, una ama de casa, tu compañera.
Aquí me tienes, muriéndome sola, sin ti, sin tus bromas, sin tus risas, sin tus labios, sin tus brazos. De nada me ha servido todo lo que he conseguido. Siento todas las horas que te robé, siento todos los paseos que no dimos, siento todas las canciones que no escuchamos, los hijos que no tuvimos. Espero que me perdones algún día. No, sé que lo harás.
Ya sólo pido morir contigo cerca, ver tu cara antes de irme.
Te quiero, siempre te he querido, siempre te querré. Adiós mi vida
.’

Volvía a llover, pero esta vez sólo sobre el papel de la carta. Ya no era una lluvia fina, eran goterones lo que salpicaban el folio de color verdoso. Lucía el sol en aquella mañana, pero de mis mejillas un chaparrón se estaba precipitando. Guardé la carta, me acerqué a la sepultura, deposité la foto sobre el ataúd y con las manos en los bolsillos me alejé. Los funcionarios del cementerio llegaban para dejarlo todo preparado y en unos días tendrías puesta la lápida.
Yo estaré allí, para ver cómo la ponen, para cuidarte siempre. Esta vez no dudaré en acompañarte hasta el final. Mi final.

miércoles, 20 de diciembre de 2006

Inmolación

Había tomado aquella drástica decisión, tras meses de meditación. Iba a terminar de una vez por todas con todo aquello. Tanto sufrimiento, tantas burlas, tanta incomprensión.
Lo había planeado todo con minuciosidad. No dejaría cabos sueltos.
Se sentó delante del ordenador, accedió al Café del Foro, introdujo por última vez su nombre de usuario Chien Cal Brother y aquella enrevesada clave que le acompañaba desde hacía años para todo, correo electrónico, cajeros, alarma del piso… 1234.
Perfil – clic – cursor encima del campo de dirección de correo – clic – introdujo una dirección falsa – adiosforo@cruel.com – , cursor encima del campo de Contraseña actual y tecleó otra vez – 1234 –, cursor en Nueva Contraseña – clic –, abrió el notepad, disminuyó el tamaño del editor hasta que dejó de ver el área de edición y tecleó al azar, con los ojos cerrados varias teclas. Control-E, Control-C, volvió a la ventana de edición del Perfil y pegó la nueva clave , desconocida incluso para él, en un par de casillas – Control-V, Tabulador, Control-V –.
Respiró profundamente, desplazó el formulario hasta el final y pulsó sobre el botón de enviar – clic –. El navegador dudó durante unos instantes y por fin apareció:

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Limpió la caché, los archivos temporales del navegador y lo cerró. Apagó el ordenador y salió del cuarto.
Había consumado su suicidio.

lunes, 18 de diciembre de 2006

Retales

Aquella NOCHE se mezclaban en su mente los ARDORES de la HISTORIA DE LA V de VENGANZA, y los CALORES de RECIÉN CASADA.
EL PERSONAJE, la había llamado para contarle una excusa INVEROSÍMIL de por que se retrasaba tanto.
IBA A DARTE DETALLE DEL MENÚ, DEL VINO, DE LA DECORACIÓN, DE LA BUENÍSIMA MÚSICA AMBIENTAL, DEL ASPECTO METROSEXUAL DE CAMAREROS que nos atienden en la cena de empresa.. Había comenzado a contarle. PERO UNA PALABRA TUYA y dejo a mis compañeros y al jefe y regreso a casa ...
-- Me conformo con que me seas FIEL y que tu LLEGADA no sea AL AMANECER -- Respondió ella mientras miraba a LA NOCHE, EL CIELO estrellado detrás del cristal de la ventana.
Se levantó y se puso aquella desteñida bata -- Mierda de lavadora -- Pensó en LA MAQUINA QUE SE COMÍA LOS COLORES con especial predilección por EL LADO OSCURO de las prendas. Sintió que la cama le decía 'QUÉDATE ADENTRO', pero estaba harta de PELÍCULAS SIN FINAL y de utilizar el mando de la televisión como si jugará con LA RULETA RUSA.
Camino de la cocina, recogió el correo que asomaba por debajo de la puerta. Reparó en un sobre marrón. LA CARTA era propaganda para venderle la última enciclopedia de turno "LA EPOPEYA MÁS GRANDE JAMÁS CONTADA SOBRE LA DESGRACIA HUMANA DEL AMOR IMPOSIBLE QUE INCLUYE EL NACIMIENTO, ASCENSO Y CAÍDA DE UN HÉROE BIENAMADO CON MUCHAS AVENTURAS, LUCHAS, GUERRAS, AMBICIONES, LOGROS Y FRACASOS COMO NUNCA SE HA PODIDO IMAGINAR JAMÁS EN EL MUNDO. " -- ¡por Dios ya no saben que venderte!! -- masculló.
Dejó la carta en el suelo y su incursión al frigorífico fue breve como LA HISTORIA DE UNA POMPA DE JABÓN, no es que estuviese cometiendo UN ROBO DOLOSO, sólo que no había mucho donde elegir. Intentaría calmar su ANSIEDAD con algo de HELADO DE CHOCOLATE.
Cuando llegó a la habitación, el último telediario estaba acabando. La sección internacional con su inagotable cifra DE MUERTES Y OTROS REGALOS de los fanáticos de turno había dado paso al presentador de deportes que con voz nasal leía -- Declaraciones de última hora del entrenador del Real Madrid, Capello llegadas a la REDACCIÓN: SIN TÍTULO no voy pienso renovar, es EL PACTO cerrado con el presidente .... -- Clic y la televisión se apagó.
Siempre decía que EL LA AMABA MUCHO y que MAS ALLA DE LA MUERTE la seguiría amando. Como PUNTO DE PARTIDA no estuvo mal. Después quedo demostrada la FRAGILIDAD de sus palabras que como HUMOS de colores se desvanecieron.
Se sentó en la cama y se puso el portátil sobre las rodillas. Verse tenuemente reflejada en la pantalla era como estar FRENTE AL DESTINO. Se conectó al Café del foro y se dispuso a escribir una vez más en el revoltijo como UNA VÍCTIMA FORIL.

miércoles, 6 de diciembre de 2006

Deuda

Paseaba por aquella calle una vez más. Llevaba toda la eternidad paseando por allí.
La primera vez que hizo el trayecto la recordaba como si no hubiese transcurrido el tiempo. Tenía entonces 17 años y era, como ahora, otoño. Mintió a su madre con alguna excusa que no recordaba ahora. Salió a la calle. Paró en el quiosco, compró un cigarrillo y pidió fuego.
Ahora ya no podía fumar, ni vendían tabaco suelto, ni siquiera existía el quiosco. Su lugar lo ocupaba hoy un contenedor verde para vidrio. ¿Cómo se llamaba el dueño de aquel santuario? Capilla que para comprar algo era necesario sortear los paquetes de chucherías, y localizar el escaso hueco que permitía, doblando la espalda como si fueses a hacerle una reverencia, pedir
¿Me da un fortuna y fuego? – Manos agrietadas, una sujetando un cigarrillo rubio y un mechero, la otra abierta reclamando su duro.
El mechero es de Huelva
Aquí lo tiene, gracias.
Hoy también como aquel día, olía a tierra mojada. El invierno se acercaba y pronto haría frío. Una sonrisa se le dibujó en media boca.Él ya hacía mucho que tenía frío. Y no porque su cabeza pareciese nevada, sino porque el corazón se negaba a calentarlo.
Aquella mañana leyendo las necrológicas, su sección favorita del periódico, necesitó pasar dos veces por aquella pequeña esquela para reconocerla. Allí estaba su nombre escrito y con letra más pequeña los que decían que eran sus hijos. Y el de su nieto. Hacía más de medio siglo que no lo había vuelto a ver escrito.
Entonces fue en un billete de avión. Se marchaba unos cuantos meses con una beca europea. Ya no volvió.
Como aquella otra noche llegó a la acera de enfrente de casa de sus padres. Se sentó en el mismo banco. En aquella ocasión la veló en vida, porque sabía en el fondo de su alma que se iba para siempre. Ahora volvería a velarla, esta vez con la esperanza de que quedaba menos para volver a verla. Sacó un pequeño artilugio que le había pedido prestado a su nieto. ¡Qué cara había puesto!
También sacó una cajita de cartón. En el fondo una poesía. Al pie una promesa, él si había cumplido su parte. Su nieto le había asegurado que todas aquellas horas de música que le llevó en CD’s entraban sin problemas en el cacharrito.
Besó la caja, se puso los auriculares y cerró los ojos.

Sola, sola, en el olvido
sola, sola con su espíritu
sola, sola con su amor el mar
sola, en el muelle de San Blas
Sola, sola se quedó.

martes, 5 de diciembre de 2006

Amanecer

Amanecer
Sentadita en su silla
Rodillas juntitas
Carita al suelo
Rizos en sus mejillas
Me levanto de la cama
Tomo su barbilla
Levanto su rostro
El día amanece
Sus ojos me miran
Sus mejillas sonrojadas
El sol ilumina mi frente
Buenos días, ángel
Buenos días, mi vida

6 de enero

Había perdido la cuenta. Creía recordar que eran 21 las salvas de cañón que con motivo de la Pascua Militar todos los seis de enero escuchaba desde la cama.
También era cierto que antes, cuando era pequeño, vivía un poco más cerca de Capitanía y que en la ciudad había menos edificios que dificultasen escuchar aquellos truenos que le avisaban de que podría salir corriendo para el salón.
El rito era siempre el mismo: Él era, por aquel entonces, el hermano pequeño. Tenía que esperar a que llegase al cuarto su madre, para avisarle que ya podía levantarse a ver que habían dejado los Reyes Magos. Todos estaban esperándolo en la puerta del salón, con la puerta todavía cerrada. Todos con cara de sueño, batines al uso y abrazándose a ellos mismos para intentar quitarse el frío.
De aquellos años difuminados, recordaba especialmente uno. Había escrito la carta a los Reyes Magos usando una hoja de su cuaderno de una raya del colegio. Su carta era breve y concisa:
“Queridos Reyes Magos, este año me he portado muy bien y por eso me gustaría que me trajeseis un Scalextric. Un beso”.
No entendía, entonces, el empeño de sus padres para que no lo pidiese, que pidiese el fuerte de Comansi que me iba a gustar mucho, o la ambulancia Payá, o un Monopoly , o unos Juegos Reunidos y así podíamos jugar todos juntos … Y el niño erre que erre con el Scalextric. Su familia era una de tantas que en los años 70 intentaba llegar a final de mes. No faltaba lo básico para comer y vestir, pero la madre hubiese dejado en ridículo al premio nobel de economía si le hubiese dado la lista del mes y el sueldo del padre para que preparase el presupuesto.
Al fin llegó la mañana de Reyes, todos fieles al rito en la puerta del salón. Se abre la puerta y allí estaban los regalos. Entró corriendo y a trompicones llegó hasta el viejo sofá que lucía su segunda o tercera funda, cosida por su madre, desde que la tapicería original no pudo soportar más lavados. Allí había un gran paquete envuelto en papel de estraza marrón y encima un papelito con su nombre, escrito con una caligrafía tan preciosa, que solo podía pertenecer a una mujer, ¡También habría mujeres pajes!!. Arrancó el papel y casi le da un soponcio, ¡Allí estaba! La pista soñada, un óvalo de plástico negro, con 2 cintas relucientes que lo recorría, dos magníficos coches de Formula 1 uno era el de Fitipaldi y el otro el de Steward (o al menos eso decía su hermano mayor) dos mandos rojos con pulsador color crema, un transformador gris cuyo olor, cuando se calentaba, avisaba que ya había jugado mas de la cuenta…… Y sus padres que decían que no se hiciese ilusiones!!! .
Por lo visto era el único que se había portado bien aquel año. A su padre unos pares de calcetines, a su madre un bote de colonia Myrurgia 1916,… y todo por el estilo. Aquella cuesta de enero no solo fue complicada económicamente, también hubo tensiones en el matrimonio. No todos los Reyes Magos estuvieron demasiado de acuerdo en llevar el Scalextric al niño.
Después de una treintena larga de años, allí estaba él tirado en la cama y con un sentimiento de culpa que no le había dejado dormir bien. Su hijo también había escrito una carta de Reyes concisa. El primer lugar de su carta lo ocupaba un robot-araña con lanzamisiles a radio control. Que si lo usas una semana y después te aburres, que si eres poco cuidadoso y lo romperás enseguida, que si no es realmente como te lo ponen en la tele….
Digno hijo de su padre, contra viento y marea, se había negado a quitarlo de la carta, que “por qué no podía pedir lo que él quisiera a los Reyes”. Después de algunas discusiones con su esposa, al final los Reyes no lo traerían. No era cuestión de dinero, seguramente gastaban más algún fin de semana que quedaban con amigos a cenar. Simplemente era que él sabía lo que era bueno y lo que no era bueno para su hijo. Ella, evidentemente, no pensaba lo mismo.
Al final a pocos minutos de que su hijo entrase en el salón pensaba que quizás se había pasado, pero ya no iba a reconocerlo a estas alturas de la película. Sabía que la ilusión de su hijo no tenía precio y que para amontonar cosas inútiles, al fin y al cabo, él no tenía rival.
En esas estaba cuando oyó el revuelo en el pasillo. Se levantó con pereza a cumplir con el ancestral rito, que ahora, siendo padre tenía que mantener.
Allí estaba su hijo esperándole, con esa cara mezcla de sueño, emoción y nerviosismo, también estaba su mujer que como siempre se levantaba antes para dar los últimos retoques al salón. Con su hijo casi colgando del brazo y con un nudo en la garganta sabiendo el disgusto que le esperaba, entraron en el salón. El niño, malditos genes, entró a trompicones en el salón y cuando llegó al sofá , este impecable ya que cada 3 o 4 años lo cambiaban, comenzó a saltar y a gritar Siiiiiiii, siiiiiii, siiiiiiiii.
Sin salir de su asombro se acercó y vio aquello que permanecía oculto a su vista desde la puerta por la mesa del salón, y que era el culpable de aquel júbilo.
Era el maldito arácnido mecánico. ¿Cómo había llegado allí? ¿No había quedado clara su postura? Miró a su mujer que ya estaba al lado del niño ayudándole a sacar el armatoste. - Mira papá, al final tenía el niño razón, le han traído lo que quería –. No hacía falta que viniese Colombo para saber lo ocurrido, la expresión de aquella guapísima madre lo decía todo. – Ya hablaremos – contestó secamente.
Se dirigió a la mesa donde estaban los regalos que los Reyes le habían traído. Presidiendo una pequeña pila de 4 o 5 paquetes, estaba un cartelito que ponía “Para Papá”. Aquella sorprendente caligrafía que años atrás indicaba a cada uno cuál era su regalo (en singular) parecía cobrar vida de nuevo en aquel trozo de papel. Sabía que no pertenecía a la misma persona, aunque también se adivinaban sus rasgos femeninos.
Inmediatamente debajo de la nota y como primer regalo, había un misterioso bulto rectangular, no muy grande, y que a diferencia del resto estaba envuelto en papel de estraza marrón. Su aspecto inquietante y una catarata de recuerdos hicieron que sus manos temblaran levemente mientras lo abría. Quitado el envoltorio observó el regalo durante una eternidad, o al menos eso le pareció a el. Era un simple marco de madera clara que enmarcaba una foto en blanco y negro.
Reconoció la foto y recordó a la fotógrafa. Se trataba de una vecina de su niñez que deseosa de estrenar la cámara de fotos que le habían traído los Magos de Oriente, pasó por cada una de las casas del bloque haciendo un reportaje. Esa niña ahora era una fotógrafa profesional y con algún que otro premio en su carrera. Ya apuntaba por entonces. Sabía captar el momento, saber el milisegundo adecuado para atrapar el preciso y precioso instante.
Esta foto era una muestra más, se veía una familia en el salón de su casa, padres, hermanos una mesa con papeles, una botella de anís para que repusiesen fuerzas los Reyes Magos, un plato con mantecados, para los camellos. El gesto serio, parecía que forzado, del padre. La sonrisa pillina de la madre que tiene agarrada la mano de su marido con los dedos entrelazados, niños, algunos vecinos y delante de todos un niño en el suelo con una caja de cartón abierta y sacando de ella una curva de la pista. Miró la cara, indescriptible, del niño de la foto, levantó la vista y vio a su hijo en el suelo con una araña de plástico puesta bocabajo mientras le colocaba las pilas, ¡ otra vez los genes dejaban poco margen de maniobra!
Empezó a humedecérsele la vista, pero, al igual que su padre, tenía que guardar las composturas. Antes de que lo vieran, se dio media vuelta sobre sus talones con la foto cogida contra el pecho, cerca del corazón.
Bueno – gruñó – imagino que alguien tendrá que preocuparse de preparar el desayuno, no vamos a estar toda la mañana haciendo el tonto con los regalos!!! y salió disparado a la cocina.
– Mamá, ¿qué le pasa a papá?. Está muy raro, no ha abierto todos sus regalos y parecía triste.
– No te preocupes cariño, todo lo contrario, está muy contento y se siente muy afortunado, como tú. Lo que pasa es que ya sabes el trabajito que le cuesta demostrarlo.
– Vale, ¿querrá jugar después conmigo y con la araña, mami?.
– Seguro que si mi vida, seguro.