miércoles, 6 de diciembre de 2006

Deuda

Paseaba por aquella calle una vez más. Llevaba toda la eternidad paseando por allí.
La primera vez que hizo el trayecto la recordaba como si no hubiese transcurrido el tiempo. Tenía entonces 17 años y era, como ahora, otoño. Mintió a su madre con alguna excusa que no recordaba ahora. Salió a la calle. Paró en el quiosco, compró un cigarrillo y pidió fuego.
Ahora ya no podía fumar, ni vendían tabaco suelto, ni siquiera existía el quiosco. Su lugar lo ocupaba hoy un contenedor verde para vidrio. ¿Cómo se llamaba el dueño de aquel santuario? Capilla que para comprar algo era necesario sortear los paquetes de chucherías, y localizar el escaso hueco que permitía, doblando la espalda como si fueses a hacerle una reverencia, pedir
¿Me da un fortuna y fuego? – Manos agrietadas, una sujetando un cigarrillo rubio y un mechero, la otra abierta reclamando su duro.
El mechero es de Huelva
Aquí lo tiene, gracias.
Hoy también como aquel día, olía a tierra mojada. El invierno se acercaba y pronto haría frío. Una sonrisa se le dibujó en media boca.Él ya hacía mucho que tenía frío. Y no porque su cabeza pareciese nevada, sino porque el corazón se negaba a calentarlo.
Aquella mañana leyendo las necrológicas, su sección favorita del periódico, necesitó pasar dos veces por aquella pequeña esquela para reconocerla. Allí estaba su nombre escrito y con letra más pequeña los que decían que eran sus hijos. Y el de su nieto. Hacía más de medio siglo que no lo había vuelto a ver escrito.
Entonces fue en un billete de avión. Se marchaba unos cuantos meses con una beca europea. Ya no volvió.
Como aquella otra noche llegó a la acera de enfrente de casa de sus padres. Se sentó en el mismo banco. En aquella ocasión la veló en vida, porque sabía en el fondo de su alma que se iba para siempre. Ahora volvería a velarla, esta vez con la esperanza de que quedaba menos para volver a verla. Sacó un pequeño artilugio que le había pedido prestado a su nieto. ¡Qué cara había puesto!
También sacó una cajita de cartón. En el fondo una poesía. Al pie una promesa, él si había cumplido su parte. Su nieto le había asegurado que todas aquellas horas de música que le llevó en CD’s entraban sin problemas en el cacharrito.
Besó la caja, se puso los auriculares y cerró los ojos.

Sola, sola, en el olvido
sola, sola con su espíritu
sola, sola con su amor el mar
sola, en el muelle de San Blas
Sola, sola se quedó.

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