martes, 5 de diciembre de 2006

6 de enero

Había perdido la cuenta. Creía recordar que eran 21 las salvas de cañón que con motivo de la Pascua Militar todos los seis de enero escuchaba desde la cama.
También era cierto que antes, cuando era pequeño, vivía un poco más cerca de Capitanía y que en la ciudad había menos edificios que dificultasen escuchar aquellos truenos que le avisaban de que podría salir corriendo para el salón.
El rito era siempre el mismo: Él era, por aquel entonces, el hermano pequeño. Tenía que esperar a que llegase al cuarto su madre, para avisarle que ya podía levantarse a ver que habían dejado los Reyes Magos. Todos estaban esperándolo en la puerta del salón, con la puerta todavía cerrada. Todos con cara de sueño, batines al uso y abrazándose a ellos mismos para intentar quitarse el frío.
De aquellos años difuminados, recordaba especialmente uno. Había escrito la carta a los Reyes Magos usando una hoja de su cuaderno de una raya del colegio. Su carta era breve y concisa:
“Queridos Reyes Magos, este año me he portado muy bien y por eso me gustaría que me trajeseis un Scalextric. Un beso”.
No entendía, entonces, el empeño de sus padres para que no lo pidiese, que pidiese el fuerte de Comansi que me iba a gustar mucho, o la ambulancia Payá, o un Monopoly , o unos Juegos Reunidos y así podíamos jugar todos juntos … Y el niño erre que erre con el Scalextric. Su familia era una de tantas que en los años 70 intentaba llegar a final de mes. No faltaba lo básico para comer y vestir, pero la madre hubiese dejado en ridículo al premio nobel de economía si le hubiese dado la lista del mes y el sueldo del padre para que preparase el presupuesto.
Al fin llegó la mañana de Reyes, todos fieles al rito en la puerta del salón. Se abre la puerta y allí estaban los regalos. Entró corriendo y a trompicones llegó hasta el viejo sofá que lucía su segunda o tercera funda, cosida por su madre, desde que la tapicería original no pudo soportar más lavados. Allí había un gran paquete envuelto en papel de estraza marrón y encima un papelito con su nombre, escrito con una caligrafía tan preciosa, que solo podía pertenecer a una mujer, ¡También habría mujeres pajes!!. Arrancó el papel y casi le da un soponcio, ¡Allí estaba! La pista soñada, un óvalo de plástico negro, con 2 cintas relucientes que lo recorría, dos magníficos coches de Formula 1 uno era el de Fitipaldi y el otro el de Steward (o al menos eso decía su hermano mayor) dos mandos rojos con pulsador color crema, un transformador gris cuyo olor, cuando se calentaba, avisaba que ya había jugado mas de la cuenta…… Y sus padres que decían que no se hiciese ilusiones!!! .
Por lo visto era el único que se había portado bien aquel año. A su padre unos pares de calcetines, a su madre un bote de colonia Myrurgia 1916,… y todo por el estilo. Aquella cuesta de enero no solo fue complicada económicamente, también hubo tensiones en el matrimonio. No todos los Reyes Magos estuvieron demasiado de acuerdo en llevar el Scalextric al niño.
Después de una treintena larga de años, allí estaba él tirado en la cama y con un sentimiento de culpa que no le había dejado dormir bien. Su hijo también había escrito una carta de Reyes concisa. El primer lugar de su carta lo ocupaba un robot-araña con lanzamisiles a radio control. Que si lo usas una semana y después te aburres, que si eres poco cuidadoso y lo romperás enseguida, que si no es realmente como te lo ponen en la tele….
Digno hijo de su padre, contra viento y marea, se había negado a quitarlo de la carta, que “por qué no podía pedir lo que él quisiera a los Reyes”. Después de algunas discusiones con su esposa, al final los Reyes no lo traerían. No era cuestión de dinero, seguramente gastaban más algún fin de semana que quedaban con amigos a cenar. Simplemente era que él sabía lo que era bueno y lo que no era bueno para su hijo. Ella, evidentemente, no pensaba lo mismo.
Al final a pocos minutos de que su hijo entrase en el salón pensaba que quizás se había pasado, pero ya no iba a reconocerlo a estas alturas de la película. Sabía que la ilusión de su hijo no tenía precio y que para amontonar cosas inútiles, al fin y al cabo, él no tenía rival.
En esas estaba cuando oyó el revuelo en el pasillo. Se levantó con pereza a cumplir con el ancestral rito, que ahora, siendo padre tenía que mantener.
Allí estaba su hijo esperándole, con esa cara mezcla de sueño, emoción y nerviosismo, también estaba su mujer que como siempre se levantaba antes para dar los últimos retoques al salón. Con su hijo casi colgando del brazo y con un nudo en la garganta sabiendo el disgusto que le esperaba, entraron en el salón. El niño, malditos genes, entró a trompicones en el salón y cuando llegó al sofá , este impecable ya que cada 3 o 4 años lo cambiaban, comenzó a saltar y a gritar Siiiiiiii, siiiiiii, siiiiiiiii.
Sin salir de su asombro se acercó y vio aquello que permanecía oculto a su vista desde la puerta por la mesa del salón, y que era el culpable de aquel júbilo.
Era el maldito arácnido mecánico. ¿Cómo había llegado allí? ¿No había quedado clara su postura? Miró a su mujer que ya estaba al lado del niño ayudándole a sacar el armatoste. - Mira papá, al final tenía el niño razón, le han traído lo que quería –. No hacía falta que viniese Colombo para saber lo ocurrido, la expresión de aquella guapísima madre lo decía todo. – Ya hablaremos – contestó secamente.
Se dirigió a la mesa donde estaban los regalos que los Reyes le habían traído. Presidiendo una pequeña pila de 4 o 5 paquetes, estaba un cartelito que ponía “Para Papá”. Aquella sorprendente caligrafía que años atrás indicaba a cada uno cuál era su regalo (en singular) parecía cobrar vida de nuevo en aquel trozo de papel. Sabía que no pertenecía a la misma persona, aunque también se adivinaban sus rasgos femeninos.
Inmediatamente debajo de la nota y como primer regalo, había un misterioso bulto rectangular, no muy grande, y que a diferencia del resto estaba envuelto en papel de estraza marrón. Su aspecto inquietante y una catarata de recuerdos hicieron que sus manos temblaran levemente mientras lo abría. Quitado el envoltorio observó el regalo durante una eternidad, o al menos eso le pareció a el. Era un simple marco de madera clara que enmarcaba una foto en blanco y negro.
Reconoció la foto y recordó a la fotógrafa. Se trataba de una vecina de su niñez que deseosa de estrenar la cámara de fotos que le habían traído los Magos de Oriente, pasó por cada una de las casas del bloque haciendo un reportaje. Esa niña ahora era una fotógrafa profesional y con algún que otro premio en su carrera. Ya apuntaba por entonces. Sabía captar el momento, saber el milisegundo adecuado para atrapar el preciso y precioso instante.
Esta foto era una muestra más, se veía una familia en el salón de su casa, padres, hermanos una mesa con papeles, una botella de anís para que repusiesen fuerzas los Reyes Magos, un plato con mantecados, para los camellos. El gesto serio, parecía que forzado, del padre. La sonrisa pillina de la madre que tiene agarrada la mano de su marido con los dedos entrelazados, niños, algunos vecinos y delante de todos un niño en el suelo con una caja de cartón abierta y sacando de ella una curva de la pista. Miró la cara, indescriptible, del niño de la foto, levantó la vista y vio a su hijo en el suelo con una araña de plástico puesta bocabajo mientras le colocaba las pilas, ¡ otra vez los genes dejaban poco margen de maniobra!
Empezó a humedecérsele la vista, pero, al igual que su padre, tenía que guardar las composturas. Antes de que lo vieran, se dio media vuelta sobre sus talones con la foto cogida contra el pecho, cerca del corazón.
Bueno – gruñó – imagino que alguien tendrá que preocuparse de preparar el desayuno, no vamos a estar toda la mañana haciendo el tonto con los regalos!!! y salió disparado a la cocina.
– Mamá, ¿qué le pasa a papá?. Está muy raro, no ha abierto todos sus regalos y parecía triste.
– No te preocupes cariño, todo lo contrario, está muy contento y se siente muy afortunado, como tú. Lo que pasa es que ya sabes el trabajito que le cuesta demostrarlo.
– Vale, ¿querrá jugar después conmigo y con la araña, mami?.
– Seguro que si mi vida, seguro.

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