miércoles, 13 de febrero de 2008

HelpDesk

Llevaba varios minutos pensando. Dándole vueltas a la cabeza. El programa de la HelDesk que se usaba en mi empresa lo había diseñado yo mismo.
Durante un año se estuvo refinando hasta que se convirtió en una sofisticada aplicación que contemplaba cualquier caso posible que a un operador del CAU podía dársele.
Cientos, miles de simulaciones, horas y horas de recopilar todas las posibles variantes surgidas en nuestra empresa o incluso recurrir a casos reales de otras empresas.
Todo había sido medido para que ningún cabo quedase suelto. Después de cuatro meses de funcionamiento, las incidencias habían descendido un 30% y un año después, mas de la mitad de las llamadas diarias desaparecieron.
Los usuarios se habían dado por vencido y solo cuando realmente tenían un problema, recurrían al fatídico número donde se encontraban los operadores del sistema. La extensión 666.
Hoy, tras casi dos años era yo el que necesitaba recurrir a mi propio monstruo.
Aquella mañana, mi portátil en un momento dado, pareció morirse. De buenas a primeras se puso la pantalla blanca por completo y dejó de responder.
Después de llevar cabo las maniobras clásicas, léase presionar repetidamente las teclas Ctrl-Alt-Supr primero, todas a las demás a continuación, aplicar el método ruso de reparación usando golpes 'in crescendo' y por último maldecir toda la galaxia de gurus de la informática y del silicio, llegue a la conclusión que aquella enorme presentación que llevaba preparando desde temprano, se iba a perder parcialmente. Y juro que las últimas 3 transparencias que inserté desde que usé el comando Guardar eran incunables, obras maestras de la comunicación elevadas a la categoría de arte del powerpoint.
Con resignación apagué por las bravas y reinicié el artefacto del diablo para ver si solo se quedaba en un susto y un rato de trabajo perdido.
Comenzó a arrancar y todo parecía normal. Llegó el momento de hacer el login, no conseguí que el ratón o el teclado externo respondiese. A veces pasaba y era necesario apagar del todo, desconectar por completo y volver a conectar.
No solamente no fue ese el caso, si no que tras intentarlo varias veces y suspender en el aire el portátil para observar las conexiones traseras, pude constatar que la parte inferior del mismo había alcanzado una temperatura tan ciertamente elevada que si en lugar de ser negro, hubiese sido blanco el ordenador podría haber pasado por una sandwichera.
En los minutos siguientes pude comprobar que todas las conexiones USB habían quedado inoperativas y lo que era del todo insoportable, la tarjeta de sonido había dejado de funcionar. Y esto si que era grave.
Verme relegado a trabajar durante horas con el teclado o el ratón (a cualquier cosa) integrados era un suplicio que me haría acabar con unas manos en forma de garra y con poliartrósis. Tener que utilizar la red o el CD como método para introducir o extraer información del ordenador era un incordio. Pero el no poder escuchar mi colección de música ni los videos de youtube cuyos enlaces recibía a diario era insoportable. Así que tras armarme de valor descolgué el teléfono, debajo apareció el número de mi extensión la 172, y marqué el número de la bestia.
Tres tonos después, como estaba estipulado, respondió una operadora.
- Buenos días, soy Ana ¿Como puedo ayudarle? - Yo sabía que en ese instante y gracias a la identificación de la extensión llamante, Ana tenía delante una pantalla repleta de detalles míos. Es cierto que al ser la primera vez que llamaba, el historial de incidencias estaba limpio.
- Hola Ana, se me acaba de averiar el portátil ..
- Ajá ¿puede darme el número de serie, por favor? - Se lo di y supe que estaba cruzando los datos del inventario, con los datos de mi extensión para ver si correspondía.
- Dígame ¿que le ocurre al portátil? - En ese instante y mientras yo empezaba a explicarle, ya se habían conectado a el y estaban monitorizándolo.
- Pues verás, ha dejado de funcionarle el teclado y el ratón externos...
- ¿Ratón?, ¿teclado?, ¿externos?. Disculpe, pero no nos consta que disponga de esos periféricos....
- Si, es que son de mi propiedad, los compré para trabajar mas cómodo - temí la respuesta que yo mismo seleccioné en su día.
- Como sabe, la política de la empresa en este sentido es que no damos soporte a accesorios no corporativos ...
- Bueno, ya pero en realidad es que han dejado de funcionar todos los puertos USB del equipo y no puedo conectar nada.
- ¿Que necesita conectar, en concreto?
- Pues, no sé por ejemplo el disco duro externo o la memoria USB ....
- Ese tipo de periféricos, no sé si sabe que no está permitido usarlos, suponen un riesgo potencial de infección de virus y de posible fuga de información confidencial. En este momento me veo ...
- Si ya se, se ve en la obligación de informarme acerca de las normas de privacidad y protección de datos que como el resto del personal he firmado en algún momento.
- Me alegra que las conozca. ¿Puedo ayudarle en algo más? - Completamente derrotado por mis propias frases, decidí que no tenía nada que perder.
- Si, tampoco me funciona el audio, no puedo escuchar ningún sonido del portátil - Le dije agotando mi último cartucho y motivo real de mi incidencia.
- Los elementos multimedia no están previstos que sean usados en el puesto de trabajo estándar. Lo que ocurre que al disponer usted de un portátil con sonido integrado, es imposible entregárselo sin ellos. Lo sentimos pero no podemos ayudarle en ese asunto, si desea ....
- No, gracias Ana, no se moleste más.
- Buenas tardes - se oyó el click de la desconexión y la línea quedó en silencio.
- Que te den - dije mientras colgaba. Empecé a maldecir la eficacia de la HepDesk y a que parte de su éxito se debía a mis aportaciones.
Hasta que el portátil se amortizase o se averiase, de verdad, seguiría sin poder oir música, ya podía hartarme de contar a las operadoras un cuento chino que ..... ¡Un momento! Una luz al fondo de mi cabeza se iluminó. ¡Si que me iban a tener que arreglar o cambiar el ordenador!. Volví a descolgar el auricular y llamé a Belcebú.
- Buenos días, soy Ana ¿Como puedo ayudarle? - ¡Que suerte era la misma! Sería mejor de lo que pensé.
- Hola, Ana, no puedo acceder al curso interactivo de chino que estamos recibiendo algunos técnicos....
- Ummmmm. ¿Curso de chino? - Yo ya sabia que me había reconocido. Tanto por la voz como por la extensión.
- Si, mandarín para ser exactos. Mírate la circular 15/2008. Es de hace pocos días. ¿La tienes?
- Un momento - Su voz dejaba entrever el desconcierto que le estaba invadiendo.
- Si, ya la tengo, veamos, tiene que acceder al portal de la intranet y entrar en ...
- Perdona, Ana, eso ya lo sé, pero no escucho nada ni puedo hacer grabaciones para cotejar la pronunciación ...... tal y como viene en la circular que se puede hacer ...... igual es la tarjeta de sonido que se ha averiado .........
- Estooooo, un momento por favor. - Observé como tomaban el control remoto del portátil y empezaban a verificar todo lo que yo había probado durante la mañana. Después de unos minutos, Ana volvió a hablar. Esta vez más seria.
- Imagino que durante las pruebas no ha escuchado nada por los altavoces, ¿verdad?
- Exacto Ana, ¿Que podemos hacer?
- Voy a pasar el parte de incidencia. Mañana se pasarán a recogerlo y a dejarle otro de sustitución ...
- ¿Con sonido, Ana? Es muy importante para el curso de chino ...
- Si, con sonido - respondió secamente.
- De acuerdo Ana quedo a la espera. Buenas tardes.
- Buenas tardes.
Nada mas colgar, me levanté de mi mesa y empecé a saltar y a hacer cortes de manga al teléfono. Los que me rodeaban me miraron con desgana. Mañana podría seguir escuchando música mientras hacía unas 'pequeñas correcciones' a la nueva versión de programa para la HelpDesk. No pensaba pasar otra vez por lo mismo...
/* Fix 20081201 */
String currentCallNumber;
currentCallNumber= sessión.getExtension;
If(currentCallNumber == 172){
user.Priority=10;
user.Privileges=10;
}

Ni de coña ...

martes, 12 de febrero de 2008

Pereza

Desde esta perspectiva, mi universo es un trozo de techo. Y una lámpara.
En un esfuerzo desmesurado de mis ojos, observo, a mi derecha, unas láminas impresionistas, enmarcadas en vivos colores que pugnan por entrar en el escaso metro cuadrado de mi dimensión particular.
La desidia se está apoderando de mi cuerpo, de mi mente ya hace tiempo que lo hizo.
Solo, abandonado al devenir del tiempo, he dejado de cuidarme, de preocuparme de los que me rodea. ¿Cuanto tiempo llevo así?. Si no fuese por que biológicamente es imposible, yo diría que siglos, eones, quizás.
De repente una sombra, apenas atisbada con el rabillo del ojo izquierdo, aparece penetrando por el borde exterior de mi galaxia. Con un tino y dolor notorios aterriza en mi abdomen.
Recuperado de la impresión y la ligera molestia causada en mis magdalenas rellenas de cacao (hace años renuncié a poseer abdominales como onzas de chocolate), observo el objeto.
Una cabeza de caucho rosa, coronada con una cabellera, a todas luces con falta de algún oligoelemento que la poble con algo más que esos ralos mechones rojizos, despeinada y de ojos color turquesa con una distribución de sus aperturas ciertamente desigual, me observa con indiferencia. Y me sonríe.
Décimas de segundo después, una voz proveniente de un lugar cercano desde donde fue catapultado aquel objeto, comienza a aproximarse con un sorprendente parecido al ulular de las sirenas de ambulancia cuando se acercan a nosotros.
- Paaaaaaaaapaaaaaaaaaa el hermano le ha arrancado la cabeza al Baby Risitaaaaaaaaas.
El puchero de cabello rubio y ojos castaños llega hasta MI sofá.
Agarro la cabeza de la muñeca (y no es fea, la hija de puta). Con gran esfuerzo y a punto de provocar un desgarro en el paquete de La Bella Easo, me levanto y tomo la muñeca. Ahora la del puchero.
Calzado con una única zapatilla de paño a cuadros, la otra como todos sabemos se encuentra debajo de MI sofá, al fondo junto a la pared, inalcanzable si no se usa el mango de la escoba, nos dirigimos los tres (muñeca, puchero y yo) en busca del causante de semejante holocausto.
Se que me ha escuchado levantarme, no solo por los evidentes resuellos emitidos en mi emulación de la Comaneci al incorpórame de mi horizontalidad, si no por que cual rata que huye, lo he oído corretear por el pasillo.
- No te preocupes cariño, ahora vamos a por el hermano y le hacemos cosquillas hasta que prometa dejarte en paz.
Su gesto cambia con una rapidez pasmosa. Tanto que casi delata la falsedad de sus lágrimas.
Ya en la puerta del salón miro MI sofá y rezo para que su madre regrese pronto de la peluquería.
Suena el teléfono. No hace casi ni falta que lo descuelgue. Es ella, lo se. Que hay mucha gente en la ‘pelu’ o que a aprovechado para hacer unas compras. Que le prepare la merienda a los niños.
- ¿Dígame? Si cariño, si, lo que tu digas, no te preocupes, si cariño, aja, uhum, vale, si. Un beso cariño.
Al carajo mi sesión de tedio. A la mierda terapia de pereza con que las tardes del sábado gusto regalarme.
Miro la cabeza de goma que sostengo agarrada por el escaso cabello.
- Y tu ¿de que coño te ries?