martes, 12 de febrero de 2008

Pereza

Desde esta perspectiva, mi universo es un trozo de techo. Y una lámpara.
En un esfuerzo desmesurado de mis ojos, observo, a mi derecha, unas láminas impresionistas, enmarcadas en vivos colores que pugnan por entrar en el escaso metro cuadrado de mi dimensión particular.
La desidia se está apoderando de mi cuerpo, de mi mente ya hace tiempo que lo hizo.
Solo, abandonado al devenir del tiempo, he dejado de cuidarme, de preocuparme de los que me rodea. ¿Cuanto tiempo llevo así?. Si no fuese por que biológicamente es imposible, yo diría que siglos, eones, quizás.
De repente una sombra, apenas atisbada con el rabillo del ojo izquierdo, aparece penetrando por el borde exterior de mi galaxia. Con un tino y dolor notorios aterriza en mi abdomen.
Recuperado de la impresión y la ligera molestia causada en mis magdalenas rellenas de cacao (hace años renuncié a poseer abdominales como onzas de chocolate), observo el objeto.
Una cabeza de caucho rosa, coronada con una cabellera, a todas luces con falta de algún oligoelemento que la poble con algo más que esos ralos mechones rojizos, despeinada y de ojos color turquesa con una distribución de sus aperturas ciertamente desigual, me observa con indiferencia. Y me sonríe.
Décimas de segundo después, una voz proveniente de un lugar cercano desde donde fue catapultado aquel objeto, comienza a aproximarse con un sorprendente parecido al ulular de las sirenas de ambulancia cuando se acercan a nosotros.
- Paaaaaaaaapaaaaaaaaaa el hermano le ha arrancado la cabeza al Baby Risitaaaaaaaaas.
El puchero de cabello rubio y ojos castaños llega hasta MI sofá.
Agarro la cabeza de la muñeca (y no es fea, la hija de puta). Con gran esfuerzo y a punto de provocar un desgarro en el paquete de La Bella Easo, me levanto y tomo la muñeca. Ahora la del puchero.
Calzado con una única zapatilla de paño a cuadros, la otra como todos sabemos se encuentra debajo de MI sofá, al fondo junto a la pared, inalcanzable si no se usa el mango de la escoba, nos dirigimos los tres (muñeca, puchero y yo) en busca del causante de semejante holocausto.
Se que me ha escuchado levantarme, no solo por los evidentes resuellos emitidos en mi emulación de la Comaneci al incorpórame de mi horizontalidad, si no por que cual rata que huye, lo he oído corretear por el pasillo.
- No te preocupes cariño, ahora vamos a por el hermano y le hacemos cosquillas hasta que prometa dejarte en paz.
Su gesto cambia con una rapidez pasmosa. Tanto que casi delata la falsedad de sus lágrimas.
Ya en la puerta del salón miro MI sofá y rezo para que su madre regrese pronto de la peluquería.
Suena el teléfono. No hace casi ni falta que lo descuelgue. Es ella, lo se. Que hay mucha gente en la ‘pelu’ o que a aprovechado para hacer unas compras. Que le prepare la merienda a los niños.
- ¿Dígame? Si cariño, si, lo que tu digas, no te preocupes, si cariño, aja, uhum, vale, si. Un beso cariño.
Al carajo mi sesión de tedio. A la mierda terapia de pereza con que las tardes del sábado gusto regalarme.
Miro la cabeza de goma que sostengo agarrada por el escaso cabello.
- Y tu ¿de que coño te ries?

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