miércoles, 17 de septiembre de 2008

Carta a los susurros perdidos

Querida mi todo:
Hace años, cuando comenzamos nuestra aventura en común, eran muchos los momentos deliciosos que me proporcionaban tus susurros.
Recordarlos todos sería imposible. No puedo evitar, sin embargo, que algunos de esos maravillosos instantes escapen de mi pecho y garabateen aquí, en este inútil trozo de papel, efímero como voluta de humo.
El primero fue, en una espectacular tarde de otoño, paseando sobre el viejo puente. Te paraste, me cogiste la mano, también por primera vez, y poniéndote de puntillas me dijiste al oído:
- Si
No hizo falta nada mas para que yo no soltase tu mano, hasta llevarte a tu casa. Tampoco para que tuviese que esforzarme, durante muchas mañanas, en circunvalar esa sonrisa bobalicona de mi cara con la cuchilla de afeitar.
Mas tarde vinieron otros muchos. Unos divertidos, otros apasionados, tristes ...
Especialmente emocionantes eran cuando me levantaba por la mañana y hacía esfuerzos por que no te despertases. Salía de la cama escurriéndome de tus brazos y de las sábanas. Andaba descalzo y temiendo hacer algún ruido. Y cuando ya estaba cerca de la puerta del piso, en una mano las llaves y en la otra los zapatos, te escuchaba llegar por el pasillo dando saltitos, desnuda y con cara de gatita recién nacida. Y me abrazabas para que no me fuera, y me susurrabas al oído que volviese contigo a la cama. Muchos días llegué tarde al trabajo.
Esta mañana al salir de la habitación también me hablaste.
- Procura no hacer tanto ruido.
Me volví y estabas de espaldas a la puerta, inmóvil. Mire mis pies enfundados en sus ejecutivos y a los zapatos que sostenía en la mano. Como siempre, andé de puntillas, cerré la puerta aguantando el pestillo con las llaves desde fuera y me calcé en la escalera.
He llorado en el garaje, dentro del coche y después de bastante tiempo, he vuelto a llegar tarde.
Hasta hoy no me he dado cuenta de que tus susurros se han transformado en reproches.
Se que tengo parte de culpa, pero no he dejado de amarte un solo instante. Ni siquiera ahora, que me estoy despidiendo de tí.
Mi vida sin ti no merecerá la pena, pero no soporto verte amargada.

Mi susurro de otoño, adiós.