martes, 17 de mayo de 2011

Chatarra

Qué mala suerte.
Era un buen viaje el que llevaba a la chatarrería, el último del día. Una lavadora y varios kilos de chapa de estantería de la tienda que llevaba varios días acechando, al ver que andaban de reforma. También algunas cosillas más pequeñas. Por lo menos diez o doce euros.
Ya ni recordaba los años que llevaba con su vieja carretilla de mano recorriendo los barrios. Otros usaban carritos de la compra de los hiper, pero el prefería su carretilla. Aunque con el paso de los años se le hacía pesado levantar la carga, era mucho mejor que dejarse los riñones empujando. Y mucho mas manejable.
No recordaba su edad, ni el día de su cumpleaños, tampoco si alguna vez lo supo. Su hermana decía que sesenta y pico. Su hermana, que buena era. Si no hubiese sido por ella no hubiera podido criar a sus dos hijos. Hacía mucho que no los veía. Antes, aprovechaba cuando no estaban con su tía para llevarles el dinero que conseguía con la chatarra. Estaba orgulloso de ellos. Ahora que eran mayores y vivían por su cuenta, seguía enviándoles dinero. Curro, el párroco le ayudaba con eso de los ingresos y de los bancos, él apenas sabía leer. Ellos creían que era de un fondo o algo así le, habían contado. Algo que les había dejado su padre, que murió siendo marino mercante. Lo del marino fue idea suya, siempre le hizo ilusión navegar por los mares, como veía en las películas del cine de verano, encaramado a un árbol. A pesar de no haber visto el mar con sus propios ojos.
Cuando su mujer estaba muriéndose, le pidió que cuidara de los niños. Nunca faltó a la palabra que le dio, mientras ella daba un último suspiro en su chabola. No solo hizo eso, si no que le pidió a su hermana que los cuidara mientras el trabajaba. Ellos vivían en un piso, humilde pero casa al fin y al cabo, y no tenían hijos. Su cuñado, un albañil con cara de pocos amigos pero que se veía quería a la Mari, al principio no se le veía muy conforme. Después, cuando vio que todas las semanas les dejaba el dinero que sacaba vendiendo todo aquello que cabía en su carretilla, llegó a decirle que se quedase con algo mas para él, que se le veía desmejorado.
No era su sustento a base de bocadillos de mortadela y botellines lo que le consumía. Era el recuerdo de su Juana y de su frenética actividad para que no les faltase de nada a los niños. A veces el de la chatarrería le decía:
- Manuel, das mas viajes que el tranvía - mientras le pesaba la carga en la desvencijada balanza - ¿esto no será robado?
- Antes muerto, palabra de gitano - respondía siempre. Y era verdad. Antes muerto que llevar dinero robado a sus hijos.
Los vio crecer desde lejos. Desde detrás de un contenedor cuando iban al colegio o en el fondo de la parroquia cuando hicieron la comunión. Con lágrimas en los ojos pensó que eso era mejor a que supieran quien era él en realidad. Un chatarrero, un trapero, como fue su padre.
Qué mala suerte, tenía que haber mirado bien antes cruzar de noche esa carretera. Fueron las prisas para que no le cerrase la chatarrería.

Manuel miró a su pobre carretilla abollada y destrozada por el impacto, mientras los ocupantes de aquella reluciente ambulancia con un enorme 112 pintado en el lateral intentaban salvarle en el arcén.

Y cerró los ojos.
Y navegó.

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